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miércoles, 17 de abril de 2013

Crónica de un viaje anunciado.


Lectores, lectoras, artrópodos todos: La redacción se ha mudado, Ex – Mundo, esta pequeña y maravillosa criatura que todos hemos cuidado a lo largo de los últimos años, ha cambiado. Ahora Ex – Mundo está en Alemania o, como lo llamamos los españoles que hemos venido aquí: “Alemania”.
Antes de continuar con este artículo debo decir que este viaje no había sido posible sin la no colaboración del gobierno de España, sin ese desprecio de los organismos públicos, sin el desdén de los empresarios y sobre todo no habría sido posible sin la total falta de apoyo de todo el conjunto hacia los jóvenes que buscan empleo, a veces mal llamado “deseo de aventura”.
Me he lanzado a la aventura, no por placer, por mucho que el equipo de gobierno de Rajoy crea que he cogido el coche, los bártulos, mi pareja y me he hecho 1400 kilómetros por el simple placer de dar un paseo.
Esta no es una noticia como las que solemos leer en este medio, es totalmente verídica y sobre todo, no es una noticia.
Es una crónica, la crónica de un viaje anunciado:
España es un país muy bonito, y aunque nací en lo que viene siendo el sur, dejé mi Andalucía natal para ir a vivir con mi pareja a tierras catalanas. Eso fue hace casi dos años, era joven y tenía pelo e ilusiones. Ahora estoy más curtido en estos caminos de la vida, por lo que la elevada tasa de desempleo me ha llevado a buscarme las habichuelas en tierras germanas.
Las películas nos han enseñado que los inmigrantes tienen que llegar en barco, abrigados con chaquetas y pantalones oscuros, de paño de mala calidad, con guantes sin dedos, gorrita oscura y un baúl cargado de ilusiones y una muda limpia.
Dejar España es difícil, hay mucha distancia y peajes, lo que hace difícil salir del país por tierra, imagino que por eso nuestros políticos aprovechan, porque no podemos escapar.
La salida estaba prevista para las 5:30, así que, como es de esperar, salimos a eso de las 7:00.
Ahí empieza la epopeya.
No puedo hablar del viaje sin hablar de las carreteras de Cataluña, que otra cosa no sé, pero peajes hay para reventar. Tomamos la salida equivocada y nos vimos obligados a circular por carretera nacional varios kilómetros, que oye, a primera hora la nacional tiene camiones para aburrir, y no se avanza.
Ya me conozco las carreteras después de cruzar España en coche varias veces, por lo que no hubo nada inesperado en esta parte del viaje, así que hicimos un alto en el norte de Cataluña para ir al baño y tomar algo para despertarnos, llevábamos ya casi dos horas de viaje, y sólo era el inicio.
Llegamos a la salida del peaje antes de salir de España, y como en lugar del símbolo habitual aparecía otro para colocarse en la vía de pago manual, nos liamos y metí el coche en otro sitio (algo típico al parecer, porque un señor nos señalaba hacia atrás a nosotros y a los cinco o seis coches que nos imitaron durante el tiempo que tardamos en pasar).
Y entramos en Francia. Sobre Francia sólo puedo decir unas pocas cosas.
Es un país, como algunos ya sabrán, y abundan los franceses, como es habitual en Francia. Nada más entrar al país nos topamos con un peaje, así que paramos, cogimos el ticket y seguimos nuestro camino hasta que un servidor decidió parar después de casi 3 horas desde la última parada, y de pronto, sentado en el coche, sintió la llamada de la naturaleza.
Abundan en este peaje las paradas, unos pocos aparcamientos, un mapa y unos servicios a los que entré.
Una maravilla, con un cierre en las puertas, las tazas limpias, un agujero futurista en la pared en el que metías las manos para recibir en las manos gel, agua y un chorro de aire, y lo mejor de todo, el hilo musical.
Puedes cagar a gusto, da igual si eres de los que se tiran pedos, o de esos que tienen que apretar mucho y no pueden evitar gritar como locos, o tienes un mal día y se te parte el culo allí, porque gracias al hilo musical nadie va a escuchar cómo agonizas. Una maravilla futurista.
Fue duro dejar los servicios después de usarlos, pero con los intestinos vacíos, con una sonrisa en el rostro y las manos aún húmedas por el chorro de aire, volvimos a viajar dirección Lyon.
El peaje acabó y volvió a empezar, y el precio me pareció justo, todo muy bonito.
Los problemas empezaron en Lyon, cuando la carretera empezó a hacer cosas raras terminado el peaje, con obras, mal señalizada y muchos coches con franceses que son como los españoles pero conducen peor.
Me costó un huevo, mucho sudor y mentar a algún progenitor francés cuando alguno de esos conductores de feria hacía una burrada, como intentar empujarme porque eso de ir detrás de mí no mola y adelantar por la izquierda parece ser cosa de lerdos.
Tomamos dirección París, y empezaron de nuevo los peajes… con otra empresa. Yo ya tenía los intestinos bastante aligerados, pero Silvia quería hacer pis y en uno de los peajes detuve el vehículo para consultar el mapa y que ella fuese al baño.
“¿Puedes venir un momento?”, esa fue la pregunta que me arrancó de mis pensamientos y cualquier idea de mirar el mapa, porque salí del coche y acompañé a Silvia a lo que parecían ser los servicios. ¿Lo eran?
Los servicios de las áreas de descanso de esa segunda empresa me hicieron pensar en letrinas de guerra, de hecho, creo que habría causado un efecto más agradable encontrar una pala y un letrero que dijera “Cave su propia letrina, no olvide cubrir todo con tierra, gracias”.
Un agujero, similar al de una ducha, en medio de una plataforma blanca que hacía pensar en un agujero en medio de una plataforma blanca. Desde luego, todo cubierto con orina y lo que no es orina, que Silvia estuvo a punto de vomitar de asco.
Más desagradable que eso, fue pagar el peaje, una empresa que cobraba hasta el último momento, porque tuve que pasar por caja dos veces poco antes de cruzar la frontera con Alemania.
Dejamos la autopista dirección París con sus franceses conduciendo con el culo para tomar dirección Mulhouse, decididos a cruzar la frontera. El paisaje cambión, pasando a verdes campos y bosques cerrados que le daban a uno ganas de llevar un cadáver en el maletero para enterrarlo al amparo de la noche.
Muy agradable todo.
Tras algunos problemas con los peajes y las sabladas de los mismos, cruzamos a Alemania en medio de la noche, sin darnos cuenta. Decidimos parar a descansar y hablar con la familia para calmarlos a todos un poco.
No había red móvil, así que ahora tengo un teléfono muy bonito que sólo sirve de adorno. Nos costó un huevo conseguir llamar a España, pero logramos hablar con familiares preocupados por la hora y la falta de noticias… esas madres que después de criarte, si no las llamas, piensan “Seguro que se ha matao, como si lo viera”.
Más tranquilos después de hablar con la familia, fuimos a comer una hamburguesa al bar de la gasolinera ante la que habíamos parado. Ya estábamos en Alemania, por lo que los empleados tenían el alemán como idioma predefinido y no se podía cambiar. Nos costó un huevo entender al señor, porque tras casi 15 horas de carretera, uno no entiende ni su propio idioma.
Una chica del este nos ayudó, hablaba español y nos tradujo amablemente el alemán rápido del empleado, así que comimos unas hamburguesas cojonudas.
Era tarde, y estábamos agotados, así que decidimos hacer noche allí, a pocos kilómetros de Freiburg. Descubrimos entonces que ir al baño en Alemania cuesta 70 céntimos, y que soy un tacaño con una vejiga enorme.
Dormimos a ratos en el coche, despertando con cada ruido o coche que pasaba a nuestro lado, hasta que a las 5:00 de la mañana, después de un rato de no poder dormir, empezamos a coger otra vez el sueño. Cuando estábamos mejor, me despertó un movimiento a un lateral del vehículo, y descubrí un chorro de luz a mi izquierda.
Polizei, eso ponía en el coche que había a un lado, y en la ropa de los dos agentes, un hombre y una mujer, visiblemente alemanes, que me pedían abrir la ventanilla. Obedecí, y reparé en que estábamos en el coche, que se había empañado porque llevábamos horas dentro para conservar el calor, y cubiertos con una manta.
Por la sonrisa indulgente que la agente, supuse lo que se habían esperado al ver los cristales empañados, pero el agente me dijo algo en alemán y luego me preguntó si hablaba inglés. Yo, adormilado, dije “spanish” y el agente, que estaba por defecto en alemán, cambió el idioma al español.
Revisó nuestros documentos, los papeles del coche y luego quiso saber el motivo de nuestra estancia allí y nuestro destino. Pareció conforme cuando le indicamos todo, y entendió que sólo éramos un par de viajeros agotados, así que nos saludaron y subieron a su coche para… detenerse ante el siguiente vehículo estacionado para repetir la operación.
Como nos habían desvelado, seguimos adelante por las autopistas alemanas hacia Karlsruhe, hasta que paré a repostar. Descansado y alegre por estar cerca de mi destino, no me costó mucho, por no decir nada, hablar en alemán con el empleado de la gasolinera, y después de pagar seguí camino dirección Heilbronn evitando por los pelos a un camión que decidió hacer una maniobra brusca y sin avisar.
Salimos de la carretera y por fin llegamos a Sinsheim, localidad en la que teníamos que llamar a los familiares para que nos recogiesen y guiasen a casa.
Pero los móviles seguían sin funcionar.
Tras comprobar que en Alemania no se estila el poner cabinas telefónicas, y después de estacionar el coche y apañarme para entender cómo sacar el ticket del aparcamiento, llegaba lo difícil, encontrar el modo de contactar con mi familia o llegar a Eschelbach por nuestra cuenta.
“Sprechen Sie Spanisch?” Fue la pregunta que lancé a un señor que, para mi sorpresa, asintió. Le expliqué el problema y le pregunté dónde podíamos encontrar una cabina de teléfono, ante lo que respondió ofreciéndome su teléfono móvil y diciéndome “use mi teléfono, no hay cabinas”. Tras explicarle que tenía que llamar a España, el señor sólo respondió aclarándome que tenía que añadir el prefijo 0034 al número.
Logré contactar con familia pero seguía sin tener el número del tío al que venía a buscar, y tras hablar con un par de alemanes entendí que tenía que bajar por la calle, girar a la izquierda en el semáforo, luego a la derecha y seguir todo recto para llegar a Eschelbach, y allí ya encontraría el modo de dar con mi tío.
Hice lo que entendí que tenía que hacer, y detuve el coche en lo que parecía ser un polígono industrial, delante mismo de un concesionario Seat. Seguro de mi error, deshice el camino y me encontré con una tienda de Vodafone.
Compramos un teléfono alemán, llamamos a España y logramos la información necesaria, por fin, para contactar con mi tío.
Nos dijo que esperásemos ante un concesionario de Seat, y apareció por allí para guiarme. No había entendido mal las indicaciones en alemán, sino que para llegar al pueblo había que seguir recto… atravesando el polígono industrial todo recto a partir de la Seat, allí donde desistí al principio.
Ahora estoy en casa, mareado por el cambio de altitud, imagino, con las maletas deshechas y comprobando las cosas que he vivido y otras que he dejado en el tintero. Ahora toca encontrar trabajo, pero sobre todo toca adaptarse.
Estoy contento porque me han dicho que no tengo acento cuando hablo en alemán, así que me toca aprenderlo.
Lo peor del viaje es que tengo un calcetín delante de mí, desparejado y asustado, que parece preguntarme “¿se sabe algo de mi compañero?”.
Con la nueva redacción, ahora toca adaptarse, pero con un poco de suerte, las cosas irán mejor.
Seguiremos informando.

miércoles, 3 de abril de 2013

Un yogurt pierde los estribos al saber que ya no tendrá fecha de caducidad.


Le pasaría a cualquiera.

“Hemos sacado dos yogures de la sección de limpieza”.

Como todos sabemos ya, el gobierno ha decidido que los yogures ya no tendrán fecha de caducidad sino una fecha de “consumo preferente”, que viene a ser lo mismo pero impone menos respeto.
“Se ha muerto porque se ha comido 20 yogures caducados”, pues mira, uno piensa “oye, pues tiene sentido”. Pero ahora lees “se murió por comerse 20 yogures después de pasada la fecha de consumo preferente” y piensas “menuda mariconada, si es que la gente ya no aguanta nada”.
La cuestión no está en cómo nos afectará esto a los consumidores, porque, siendo realistas, con la crisis ya no tenemos ni para yogures, así que nos la trae un poco floja porque la comida de los contenedores, aunque caducada, tiene bacterias que matan a las bacterias malas. Sí, somos afortunados.
Pero este clima de dudas y miedos hace que la tragedia esté en el aire, y que se masque, a falta de otra cosa con más sustancia que mascar (de nuevo por el tema de la crisis). Ha sucedido en Carrefur de Amposta cuando, en la sección de congelados, apareció un yogurt.
¿En la sección de congelados?, pues sí, en esa sección, y no es que me haya vuelto loco, ni tampoco que los empleados de Carrefur hayan decidido que sea el mejor sitio para el yogurt, no.
“Ha sido una protesta” nos explica uno de los empleados. “Una protesta muda, hemos sacado otros dos yogures de la sección de limpieza y a un niño pequeño de un congelador, pero al ver que no aparecía la madre lo hemos vuelto a meter para que se mantenga fresco. También había una barra de pan en la sección de mascotas, pero eso no viene al caso”.
Sí, queridos lectores, nuestros alimentos empiezan a sublevarse lentamente pero de manera clara y desafiante.
“Estaba en medio del pasillo, de pie, mirándome con la fecha de caducidad raspada de su tapa, con todos sus bífidus rezumando odio. He pasado un mal rato, incluso ha desaparecido mi hijo, y sé que lo han secuestrado ellos, los yogures. Ahora tengo mucho miedo” nos relata una clienta que salía corriendo del establecimiento.

“Los de bífidus son los peores”.

El yogurt rebelde ha provocado que la policía acudiera al establecimiento, varios agentes de la policía local, mossos, un agente de la Guardia Civil y aficionados al Call of Duty que trataron de evitar que la cosa llegara a mayores.
“Es lo más terrible que he visto en mi vida” nos cuenta uno de los agentes, “el gobierno ha querido taparlo todo, nos pidieron que le pusiéramos al yogurt una chapela y dijéramos que era cosa de ETA, pero no nos atrevíamos a acercarnos, podíamos ver en su aspecto embrutecido por gotas de humedad que no iba a tolerar nuestro contacto”.
Finalmente los agentes redujeron al yogurt inconformista, a costa de heridas y mordiscos, uno de los agentes perdió la pierna en el intento “pero no nos preocupamos, seguro que aparece cuando no la esté buscando”.
Las autoridades se llevaron el yogurt para que se calmara en una celda y tomarle declaración. Ahora nadie sabe qué era lo que buscaba el yogurt, pero los empleados de la tienda están preocupados.
“Cuando pasamos por la sección de lácteos, tenemos la sensación de que nos siguen con la mirada. Los de bífidus son los peores, porque les hierven las bacterias y, si te comes uno, hacen que te cagues encima, literalmente”.
Se esperan nuevas protestas por la medida en centros de todo el mundo, pero el clima de tensa tranquilidad parece indicar que las cosas están controladas por el momento.
“A mí esto de los yogures manifestándose no me parece mal, yo he venido a comprar carne y me he encontrado un niño en un congelador, y claro, me lo llevo para esta noche que tengo cena familiar. No tiene fecha de caducidad, pero parece un poco mustio, la cajera me ha dicho que es fresco, pero no la creo” nos explica otro cliente.
Desde la redacción, les recordamos que no compren nunca yogures cuya fecha de consumo preferente haya pasado, en especial esos que ya hayan desarrollado la capacidad de moverse por sí mismos, que tengan una sustancia verdosa-negruzca saliendo de ellos o que le sigan por el pasillo en busca de un hogar.
Si come uno de esos yogures, podría ser usted quien abriese la próxima noticia de Ex – Mundo, no sería la primera vez que los yogures causan una muerte.
Seguiremos informando.